Tercios, Farnesio, Infantería española,

El socorro de París por Alejandro Farnesio en 1590 (ca. 1590-1592), grabado del taller de Frans Hogenberg. Rijksmuseum, Ámsterdam. La figura de Farnesio y sus campañas en Flandes y Francia representan uno de los momentos clave de la era dorada de los tercios, y tema capital en el reciente resurgir de los tercios como tema historiográfico.

En enero de 1704 Felipe V ratificó la orden para que los Tercios se reorganizaran en regimientos (véase «De tercios a regimientos» en Desperta Ferro Especiales XIX: Los Tercios (VI) 1660-1704), dicho de otro modo, que el sistema militar hispánico pasase a ser un calco del francés y que, durante la transformación, se olvidase el cursus honorum que aquellos habían labrado desde el reinado de Carlos V. Mucho se ha debatido y se debate acerca de las razones que llevaron al primer monarca Borbón a tomar dicha decisión: reducir los costes que suponía cada unidad, contar con un número de oficiales más acorde con las necesidades del momento, obtener una estructura que casase con las teorías militares imperantes en los primeros años del siglo XVIII, etc.

Estas, entre otras, podríamos denominarlas como causas objetivas, pero también hay que tener en cuenta los sentimientos de una persona cuando toma una resolución, ya que se entra de lleno en el terreno de la subjetividad, y más si se habla de un personaje tan complejo como lo fue Felipe V. Los Tercios habían sido el enemigo a batir por la dinastía borbónica desde finales del siglo XVI –cuando Enrique IV se enfrentó al Ejército de Flandes al mando de Alejandro Farnesio– hasta el último compás de la centuria siguiente –el reinado guerrero de Luis XIV–. Durante todo ese tiempo, habían demostrado ser la espina dorsal de la preeminencia militar de los Habsburgo de Madrid y, aunque las tropas francesas consiguieron derrotarles en ocasiones, aquellos habían mantenido su reputación militar al dar continuas muestras de adaptabilidad y resistencia –no quiero utilizar el término resiliencia, originario del inglés y tan en boga últimamente–, por lo que es fácil suponer que el nuevo rey estuviera encantado de acabar con dichas unidades de un –nunca mejor dicho– plumazo.

La España borbónica y la desaparición de los Tercios

Y si Felipe V no mostró ninguna querencia por ellos, los cortesanos y militares a su servicio la tuvieron aún menos, buscando un sitio en el nuevo orden que nacía. Por tanto, si se unen las razones objetivas y las subjetivas es fácil entender que en un abrir y cerrar de ojos los servicios prestados por los Tercios a la Casa de Austria –criticada sin cesar por la nueva dinastía y sus partidarios para legitimar con mayor vehemencia su instauración en el trono de la Monarquía– cayeran en el más terrible de los castigos de la Historia: el olvido.

Durante el siglo XVIII no fueron un tema de interés para la historiografía española, que más de una vez les ignoró, incluso al hacer compendios bibliográficos a pesar del ingente número de libros sobre el arte de la guerra que publicaron autores españoles o de otros territorios de la Monarquía Hispánica entre los siglos XVI y XVII, y que habían militado bajo las banderas de los Habsburgo. Una muestra de lo dicho fue la obra que publicó Vicente García de la Huerta, Bibliotheca militar española (Madrid, 1760). En el discurso previo sobre la utilidad del arte de la guerra solo cita hechos históricos de la Antigüedad, sobre todo realizados por César, pero en ningún momento recuerda los actos protagonizados por los Tercios acaecidos uno o dos siglos antes.

Desde el punto de vista militar, sus enseñanzas fueron olvidadas en un nuevo ejército que, como ya he apuntado, surgió a imitación del modelo francés. Si durante las décadas de 1720 y 1730 estuvieron en boca de algunos militares –aquellos que habían servido como maestres de campo o los coroneles que lo hacían en ese momento– fue, simplemente, para asegurar que se reconociese la antigüedad de los nuevos regimientos tras heredarla de los Tercios a partir de los cuales los primeros habían sido creados; una cuestión de honor, primacía, privilegios y, claro está, haberes. A resultas, el regimiento que logró demostrar que era heredero del cursus honorum de un Tercio y que este había servido por más tiempo, pudo lograr cierta preeminencia sobre otros.

Un ejemplo de las herramientas que se utilizaron para corroborar las afirmaciones vertidas fue el impreso Antigüedad y origen del Tercio de Lombardía (s.l., s.a. [c.1720]), redactado por Íñigo de la Cruz Manrique de Lara Arellano y Mendoza, conde de Aguilar de Inestrillas, en el que, en base al uso de diferentes historias y escritos, el autor logró demostrar que el Tercio que había estado bajo su mando tiempo atrás era uno de los más antiguos, razón por la que el Regimiento de Lombardía debía contar con cierta prominencia sobre el resto. No es de extrañar que esta pugna –fiel reflejo de la sociedad española del Antiguo Régimen– finalmente tuviera que ser cortada de raíz por la propia Corona. Así Juan Antonio Samaniego publicó la Disertación sobre la antigüedad de los regimientos de infantería, caballería, y dragones de España (Madrid, 1738) donde quedó, más o menos, resuelto el tema de la antigüedad heredada por cada unidad al servicio de los Borbones.

Tercios, Lombardía, Infantería española

Antigüedad y origen del Tercio de Lombardía (1728), redactado por Íñigo de la Cruz Manrique de Lara Arellano y Mendoza (1673-1733), conde de Aguilar de Inestrillas. Fotografía: Eduardo de Mesa Gallego.

Sin embargo, no fue hasta más de un siglo después cuando el conde de Clonard, en aquel momento teniente general, retomó el estudio de los Tercios en su monumental Historia orgánica de las armas de infantería y caballería españolas desde la creación del ejército permanente hasta el día (Madrid, 1851-1859), publicada en dieciséis volúmenes. La concepción historiográfica de la obra se asemejaba a la que había utilizado Samaniego, ya que en numerosos casos retrotraía el tiempo de servicio de los regimientos al de los Tercios de los que, se suponía, que eran herederos. Fue este autor el que puso en boga el uso de sobrenombres tales como “el Freno”, “el Terror”, “el Sangriento”… a pesar de que ninguna de las unidades de los Austrias había sido llamada así. En realidad, el nombre provenía normalmente del lugar en el que había servido –Nápoles, Flandes, Saboya…–, del nombre de su maestre de campo –Diego Mexía, conde de Tyrone, Guillermo Verdugo…–, o, en la recta final del siglo XVII, en base al lugar donde habían sido levados o por el color de sus uniformes –Toledo o los Azules Viejos, Jaén o los Plateados, León o los Amarillos Nuevos…–.

Respecto al estudio de los conflictos en los que estos se vieron inmersos, el siglo XIX significó un resurgir de su fama gracias a la Historia Positivista. De los ciento trece volúmenes de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España, (Madrid, 1842-1895) muchos recogieron documentación relativa a ellos, mientras que autores como Francisco Barado –Museo Militar. Historia del ejército español (Barcelona, 1889)–, Antonio Cánovas del Castillo –Estudios del reinado de Felipe IV (Madrid, 1888)–, Antonio Rodríguez Villa –Ambrosio Spínola, primer Marqués de los Balbases. Ensayo biográfico (Madrid, 1905)–, Julián Suárez Inclán –Guerra de anexión en Portugal durante el reinado de Felipe II (Madrid, 1897-1898)– o reediciones de textos del XVI o XVII como los de Martín García Cerezeda –Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del Emperador Carlos V en Italia, Francia, Austria, Berbería y Grecia, desde 1521 hasta 1545 (Madrid, 1873-1876)–, Diego de Villalobos y Benavides –Comentarios de las cosas sucedidas en los Países Bajos de Flandes desde el año de 1594 hasta el de 1598 (Madrid, 1876)– o las trece relaciones anuales redactadas por Jean Vincart entre 1636 y 1650 –publicadas en diversas colecciones–, lograron que los Tercios retornaran del limbo en el que habían sido sumidos.

Tercios, Infantería Española, armas y vestuario, Clonard

Infantería española a finales del siglo XVII según el Álbum de la Infantería Española desde sus tiempos primitivos hasta el día (1861) de Serafín María de Sotto (1793-1862), conde de Clonard. Biblioteca Virtual de Defensa. Clonard fue uno de los primeros autores en intentar sacar a los tercios del olvido, aunque su labor quedó condenada al fracaso al carecer de continuidad.

Sin embargo, lo que podría haber sido el germen de una serie de estudios sobre aquellas unidades quedó en nada desde el punto de vista historiográfico. El final del XIX supuso el canto del cisne del Imperio colonial español, la tan mentada decadencia se hacía patente y su supuesto origen –la dinastía de los Austrias, sus ejércitos y sus guerras– fueron dadas de lado. Otras dificultades acuciaban a España. Curiosamente, una nueva guerra colonial por el control del Protectorado marroquí supuso la creación en 1920 del Tercio de Extranjeros  –o Legión Española– por el teniente coronel de infantería Millán-Astray, quien se inspiró en ellos para dotar a la nueva unidad de un espíritu de cuerpo. Su emblema son tres de las armas usadas por los infantes de los siglos XVI –la alabarda, la ballesta y el arcabuz–, mientras que los guiones de algunas Banderas representan algunos motivos de la misma época –el de la II.ª el escudo del emperador Carlos V, el de la IV.ª el Cristo de Lepanto, el de la V.ª el escudo de armas del Gran Capitán, el de la VI.ª el del duque de Alba–; además, la banda de la Legión utiliza atabales copiados de los que usaron aquellos. Actualmente está constituido en Tercios cuyos nombres corresponden a los grandes soldados de dicha centuria –Gran Capitán, duque de Alba, Juan de Austria y Alejandro Farnesio–. De esta forma el Ejército español, a través de un Cuerpo muy especial, recuperó parte de su pasado.

Del olvido a nuestros días

Desde el punto de vista académico, durante buena parte del siglo XX no se volvieron a dedicar estudios al tema en España. Sin embargo, con la publicación de las obras de Geoffrey ParkerEl Ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659 (Madrid, 1976)– y de René QuatrefagesLos Tercios españoles, 1567-1577 (Madrid, 1979)– y, aunque no trató directamente los Tercios y el título elegido por la editorial española deformase el original inglés, yo añadiría la de I. A. A. ThompsonGuerra y decadencia: gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620 (Barcelona, 1981)–, el panorama dio un giro de 180 grados. Es irónico que dos ingleses y un francés fueran quienes revitalizaran su estudio, gracias a ellos la universidad española volvió a interesarse por el mundo militar del Siglo de Oro.

Aún así, es frustrante comprobar que hay quienes creen que ya no hay nada más que decir respecto a los Tercios. Parker, Quatrefages y Thompson exploraron únicamente una minúscula parte de un inmenso mundo que sigue ignoto en archivos españoles, italianos y belgas, pero también austriacos, franceses, británicos, holandeses, etc. Hay que reconocer que levantaron unos fuertes pilares pero también herraron en algunas de sus afirmaciones o puntos de vista. Por ejemplo Parker no cayó en la cuenta de que no se volvieron a producir los grandes motines ocurridos entre la década de 1570 y 1609, ya que el sistema financiero del Ejército de Flandes mejoró sensiblemente durante la primera mitad del siglo XVII. Además los dos primeros trabajos se centraron en el campo de batalla septentrional, aunque los Tercios sirvieron por toda Europa –en especial Italia, Francia y España– y los Océanos.

La publicación en 1999 de De Pavía a Rocroi (reeditado en 2017 por Desperta Ferro Ediciones), de Julio Albi de la Cuesta, supuso un punto de inflexión, y a día de hoy, gracias al esfuerzo de un grupo no muy nutrido de historiadores militares –entre los que tengo el honor de incluirme–, los estudios sobre dichas unidades se multiplican gradualmente. A pesar de ello queda mucho camino por recorrer para conocer todos sus aspectos, aunque, felizmente, cada vez menos. Y en la andadura ha sido fundamental la publicación de los seis especiales dedicados a los Tercios por parte de Desperta Ferro Ediciones –el primero, dedicado al siglo XVI, aparecido en 2014, fue dirigido por el que escribe estas líneas– los cuales han servido para que el público general pueda estar al tanto de las últimas investigaciones, ya que por mucho que estas avancen, si no son transmitidas a la sociedad, no tienen utilidad alguna.

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